Nada se rompe como un corazón

“Nothing breaks like a heart” Canción de Miley Cyrus, videoclip en el cual nos muestra un plano muy gratuito de sus posaderas y placer culpable que me ha llevado de nuevo a escribir cuando no tengo nada que decir.

Pero desde que la escuché por primera vez los recuerdos vuelven a mi cabeza, y me llevan de la mano a La Casa Azul, y su “Podría ser peor”.

Pero esto no es una oda a las canciones que te recuerdan momentos. Esto es un pensamiento que estoy segura que muchos compartimos, solo que no lo decimos. Porque no sabemos como expresarlo, o como expresárselo a alguien.

Escribo muchas cosas que tienen destinatario, pero soy tan cobarde que las escribo sabiendo que nunca lo van a leer. Sabiendo que me escondo tras un muro de papel blanco, sonriendo después y diciendo que no es verdad, que solo es ficción, que soy una estúpida que se cree escritora y que solo me pongo en la piel de personajes y que los llevo a mi favor, para crear una historia.

De este modo tan cobarde, pero tan cierto, me atrevería a decir, puedo apostar mi mano derecha a que todos hemos sufrido un corazón roto. Quiero hablar de corazones rotos. Tengo la imperiosa necesidad de hablar de corazones rotos.

Da igual la edad que tengamos. Da igual que seas un preadolescente, da igual que estés casado, da igual que sigas soltera con 3 gatos a los 30, o que tengas un pie en el asilo. Sufrimos desamores.

No conozco los vuestros.

Pero os voy a hablar del mío. Porque puede ser que alguien, alguien que no tenga nada que ver conmigo, quizá necesite leer esto. Quizá necesite sentirse identificado y pensar “no estoy sol@”.

El mío se rompió una mañana de domingo. Hace muchos años. En la cama, recién levantados, me dijeron “señorita ovejilla negra, ya no te quiero”. Y mi mundo se terminó.

La maravillosa vida que yo llevaba, con la persona que amaba, y que tenía por seguro que iba a ser aquella que me completase para el resto de mi vida, me lo acababa de quitar todo. Me quitó la vida que era tan feliz de llevar. Y era una vida maravillosa. Era todo lo que yo quería.

Pensé que me moría. En aquella cama aún caliente de la noche, se evaporaron todas mis ilusiones.

Cuando hacía las maletas y rellenaba cajas compradas en el chino de la esquina a toda prisa, estaba en shock. Pensaba en que no podía ser que aquello fuera el final. Un final que debería haber visto venir. Soy consciente, ahora, de que hice muchas cosas por alargar aquel punto final que sin duda me llevaría al punto de partida.

No lloré hasta que estuve en el tren, con tan solo mi bolsa y una mochila de gimnasio. Y lloré porque sabía que debía volver a aquella casa que había sido mía y que en un par o tres de viajes dejaría de serlo.

Muchas noches después de eso me las pasé llorando por él. Muchas. Muchísimas. Dejé de trabajar. Dejé de salir. Dejé de comer. Dejé de hablar. Tan solo quería dormir. Y que pasara el día lo más pronto posible.

Ese amor para mi había sido lo más grande que había tenido en la vida. Y mi vida era muy buena, debo decir. Todo lo que tuve en aquellos años, fue maravilloso. Tenía mi trabajo ideal, tenía unos amigos estupendos, tenía una vida social intensa, sentía paz conmigo misma… era muy feliz. De verdad que lo era.

Pero él se lo llevó todo. No puedo omitir mi parte de culpa en la ruptura. Siempre hay dos partes en una relación. Y una ruptura siempre es parte de las dos. Uno puede pesar más que el otro, sin duda, pero los fallos que no se pueden solventar siempre son por parte de los dos. Pero eso ahora no viene al caso.

Pensé que estaría mejor muerta. Que nada se podría arreglar. Que nada valía la pena.

Pero no morí.

Un día me desperté y me puse a ver la tele. Y viendo un monólogo comencé a reír. No recuerdo de que era, pero reí durante mucho rato. Y me entró hambre. Fui a la nevera y encontré un tupper con macarrones. Y desayuné unos macarrones fríos, mientras me reía yo sola.

Y poco a poco mi vida fue cobrando sentido de nuevo. Aunque seguía pensando que había perdido a la persona más importante para mi.

Pero no me di cuenta que estaba equivocada. No porque la persona a la que amaba con todo mi corazón ya no me correspondía, sino porque erré completamente en pensar que necesitaba a alguien que me completase.

No me di cuenta en absoluto, que no necesitaba a alguien para ser una persona completa. Ya lo era. Solo que dependía del amor y de la aprobación de otros. Muchas veces desde entonces lo he pensado de nuevo, pero eso es un problema que nace de dentro. Y es increíblemente difícil darse cuenta de eso. La autoestima.

Podemos fingir que todo esto no son más que mierdas psicológicas para hacernos sentir bien. Que lo correcto, lo normal, es quererse a uno mismo, porque si no te ves bien a ti mismo, los demás no te podrán ver bien, y bla bla bla bla bla.

Pero de lo que realmente deberíamos ser conscientes, es que por mucho que queramos el amor de otros, o su aprobación simplemente, es que nacemos solos, y moriremos solos. Y nos tendremos que aguantar a nosotros mismos toda nuestra vida. Y más nos vale que aprendamos a querernos y a estar a gusto y en paz con nosotros mismos, porque si no, nos vamos a amargar la existencia.

Cometemos el error de pensar que tenemos tiempo.

Erramos estrepitosamente en creer que todo se puede solucionar a la larga, que todo se puede cambiar, y que hoy me da pereza comenzar con eso, quizá ya me pondré mañana.

“Aplícate el cuento, ovejilla”

Sí, tienes razón. Soy la primera en tropezar una y otra vez con la misma piedra. A veces me siento como un perro. Si me das cariño allí que voy. Y te compro. Y me quedo.

Pero algo en mi ha cambiado. Porque por mucho que pensaba que no volvería a amar a nadie, me encuentro enamorándome cada día, y queriendo complacer y sentirme complacida por el beneplácito de los demás. Pero bajo mis términos.

Se que puedo querer a alguien, que puedo amar, que puedo sentir deseo, pero que puede ser finito. No espero un gran amor. Ya no creo en un gran amor. Creo en que puedo amar, de la mejor manera que se, pero que eso no va a condicionar mi vida.

Si amo, lo haré de verdad, dejándome la piel, pero se, porque lo he vivido, que el amor ni mata ni muere, como la energía, se transforma. (Que estúpida te pones, ovejilla, cuando te pones intensa).

Por eso esa canción que nombraba, “Nothing breaks like a heart” me ha llevado a esto. Porque de verdad, no hay nada como vivir un drama de labios rojos, purpurina y lágrimas al viento como para darse cuenta de la intensidad que llevamos dentro.

Pero… pero todo esto no es verdad.

Esto ha sido sólo una ficción.

Deja un comentario